Chávez vuelve a sus andanzas. El discurso de esta semana, en el que amenazó a la población de ir a una guerra civil si se atreve a ejercer su derecho constitucional de votar en las regionales por quien le dé la gana, es una aberración del concepto de democracia participativa que él mismo propone. El Presidente está diciendo que la única forma de no enfrentar la violencia, es que voten por quien él decida postular. Es decir, él es el gran elector. Él y sólo él sabe lo que le conviene al pueblo: ¡molleja de participación popular!
Es obvia la razón por la que el Presidente usa este chantaje: las evaluaciones de gestión de muchos de los gobernadores y alcaldes chavistas son terriblemente malas incluso dentro de las masas revolucionarias. Esta situación pone en riesgo algunas cuotas de poder de la revolución en todo el país, si la población decide elegir a sus representantes locales y regionales por las razones que deberían hacerlo: para que atiendan sus necesidades, resuelvan sus problemas y mejoren su calidad de vida.
No estoy diciendo que el Presidente enfrente una debacle política. Su caída de popularidad no puede todavía considerarse dramática, pues los niveles en los que aún se encuentra siguen siendo elevados para cualquier líder en poder. Sus riesgos frente a las elecciones regionales se circunscriben a la potencial pérdida de un grupo concreto de gobernaciones y alcaldías, que de ninguna manera amenazan más de un tercio de los puestos de poder regional. El problema para él es que se encuentra frente al riesgo de perder el monopolio político del país y ese podría ser el inicio del fin de su revolución.
No se trata de un tema numérico. Si bien Chávez tiene aún aceptación popular en la mitad de la población, su relación con ellos es muchísimo más débil. La evaluación que las masas hacen de la capacidad del Gobierno para resolver sus problemas son mayoritariamente negativas, la confianza en el líder se deterioró y el cheque en blanco, que la gente antes le daba al Presidente para todas sus propuestas, rebotó estrepitosamente en el pasado referéndum.
En este estado, el problema no es perder la mayoría de los puestos de elección popular. El tema es dejar que el mapa político, hoy casi totalmente rojo, se coloree aunque sea parcialmente, con el acceso de opositores carismáticos a algunas posiciones simbólicas de la política regional, lo que podría ser desastroso para la percepción de control total del país que al Presidente le conviene tener.
¿Qué le queda entonces? Tratar de plebiscitar esta elección. Usar toda su fuerza emocional y económica para apuntalar a sus candidatos regionales y convertir estas elecciones en una validación de la revolución.
¿Tendrá éxito? No lo sé. Pero lo que parece claro es que cada vez será más difícil encubrir su incapacidad de gestión con elementos emocionales con los que la gente ni come ni vive.
No me parece fácil pedir a los petareños que voten por alguien sólo por que Chávez lo apoya, cuando esa misma gente tiene evaluaciones 75% negativas de su chavista actual. Será difícil vender la idea de que el alcalde de Lecherías no es una mejor opción que el gobernador de Anzoátegui. Será imposible parar al alcalde de Chacao en sus aspiraciones a la Alcaldía Mayor, a menos que concreten la barrabasada de las inhabilitaciones administrativas, única vía para que éste no gane en las propias masas chavistas, y no veo cómo impedirán que el alcalde de Barquisimeto, el mejor de la revolución y uno de los mejores del país, gane la gobernación de Lara, con Chávez o sin él.
En fin, lo que Chávez le está diciendo al país con su chantaje actual es que no tiene nada que ofrecer más que amenazas verbales que podrían esconder la realidad de un ídolo con patas de barro.
Luis Vicente León
El Universal
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