Por Asdrúbal Aguiar
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Tengo la convicción -pero podría estar errado- acerca del desmoronamiento que sufre el Gobierno de Hugo Chávez Frías, incluso anidado por sus deseos de intemporalidad. Aquél, no solo por los síntomas presentes sino por circunstancias propias a nuestra historia política, ha ingresado en su fase terminal. Lo que no indica ni quiere decir que en horas o quizás en un mes esté planteado su desalojo de Miraflores.
El asunto es de otra catadura y no sujeto a lo especulativo: como el término previsto para la finalización del período constitucional -que será en 2012 -y la imposibilidad de la reelección presidencial, dada la derrota de la reforma que impulsara el propio Presidente para perpetuarse en el poder.
Como le ocurre a todo deportista limitado por su finita capacidad física, en la política la situación no es diferente; y entre nosotros, por lo general, se reduce a la treintena de años, al espacio de una generación.
El General Gómez ingresó a la vida pública a inicios del siglo XX y se le agotó su tiempo hacia 1936, con independencia de su muerte física. A su sucesor, el General López Contreras, por entender que la República Militar construida hasta dicha fecha se encontraba extenuada, hizo a un lado los hábitos de la larga dictadura y le abrió juego a una sociedad civil que apenas balbuceaba.
La generación de 1928 cristalizó a treinta años de su primera incursión, es decir, en 1958. Y la misma República Civil nacida en 1959, hecha de partidos acaudillados, treinta años después, en 1989, cuando ocurre El Caracazo, ya estaba hecha añicos.
Chávez, no hay que olvidarlo, arranca con su calistenia política hacia 1982 -en los prolegómenos del Año Bicentenario de Simón Bolívar- y luego de una década de conspiración subterránea se presentó en sociedad con su golpe de Estado, en 1992. Alcanza el poder pasados siete años, en 1999, y hasta el presente lo ha desempeñado por casi otra década. El venidero año 2012 cumplirá su ciclo generacional de treinta años. Treinta años, en suma, que desde ahora muestran los signos del envejecimiento inherentes a todo proyecto político, sujeto inevitablemente a la temporalidad histórica amén de condenado a lo inevitable: a su desplazamiento por otro programa y por razones generacionales netas.
El fin de la Revolución Chavista, a la luz de lo que muestra nuestra tradición y el comportamiento nacional, se encuentra a la vuelta de la esquina; tanto como lo estuvo en su momento -con sus iguales signos de vaciamiento- el régimen precedente de democracia partidista "acaudillada", por incompatible con las realidades que emergieron en el mundo y en Venezuela en los finales del pasado siglo.
No es un azar, pues, que de la noche a la mañana, la inédita sintonía de opinión pública alcanzada por nuestros estudiantes universitarios, muestre en paralelo el decrecimiento del favor hacia el proyecto "neosocialista" o "neofascista" de Chávez. Sus símbolos, su lenguaje, sus mitos movilizadores -si acaso le sirvieron- fueron rendidores dentro de un espacio temporal y generacional que hoy ya es otro. Su lenguaje es irreconciliable con los símbolos y signos de comunicación de la generación que emergente a nuestros pies.
El catecismo de los '60, ese que contaminó y movilizó a pléyades estudiantiles en América Latina hasta el punto de empujarlas hacia el Holocausto de las guerrillas, no es digerible ni traducible, ni entendible por quienes, como precursores del siglo XXI, sólo saben y comprenden de las reglas y de las palabras que se transmiten por las autopistas globales de la información, de la cibernética, de los e-mail o "emilios", del Nintendo, y paremos de contar.
Si no fuese cierto este diagnóstico- que sugiere otro fin tardío de ciclo y de siglo en la Venezuela actual y al igual que nos ocurriera en el siglo XIX que se inaugura en 1830, o en el siglo XX que nace en 1936- no se explicaría porqué el país le perdió el respeto y el temor a Chávez. O que recién Tascón, uno de sus fieles, lo haya traicionado; o que el Fiscal Contreras Pérez, recién, hubiese desnudado al ex Fiscal Isaías Rodríguez como manipulador del Caso Anderson; o que el diputado revolucionario Azuaje, también recién, hubiese señalado con su dedo firme a la familia presidencial por hechos graves de corrupción.
Tampoco se explicaría, que no fuese porque el tiempo final se le aproxima a Chávez, porqué cayeron los jóvenes empresarios bolivarianos en Miami y le dieron sus espaldas al régimen de Caracas; o porqué el presidente Uribe arrecia con sus acusaciones frente a su homólogo venezolano por cómplice de la guerrilla, siendo que lo ha sido desde hace más de una década y sin esconderlo.
El barco del poder, por lo visto, otra vez hace aguas.
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