ADN, España
En el corazón de las FARC
Día 1 de la serie: 'Diez días con las FARC'.
Es noche cerrada en la selva colombiana. Ni un rayo de luna consigue atravesar la maraña de árboles y helechos que lo cubre todo. Oscuridad viscosa, absoluta.
Uno no logra verse las manos aunque se las ponga a cinco centímetros de los ojos. La única luz es la de la linterna de Cornelio, el guerrillero de las FARC que abre el paso, y esa luz se apaga cada vez que se oye en el cielo el rumor de un avión de guerra. Con ella señala las raíces y las matas con las que terminamos tropezando de todas formas. El camino que iniciamos hace tres días se convirtió en senda hace dos y ahora no es más que un hilo de terreno poco pisado, oculto entre la maleza, que sólo puede ensancharse a golpe de machete.
Bajamos la ladera casi a tientas, entre el barro y las piedras húmedas, resbalando cada pocos metros. No hace ni dos horas Cornelio ha tenido que desenvainar su cuchillo para partir en dos a una serpiente coral que estábamos a punto de pisar. Intento calcular cuánta selva habremos caminado desde que remontamos el río en la lancha y aquel todoterreno nos internó monte adentro hasta que se le acabó la pista.¿Cuarenta kilómetros? ¿Cincuenta? Hemos hecho tantas eses, subido tantas laderas y atravesado tantos riachuelos que es imposible saberlo.
En tres días hemos pasado por media docena de manos desde que abandonamos la seguridad del hotel en la ciudad más cercana. Primero por civiles afines a las FARC, después por milicianos, integrantes de las redes de apoyo, y finalmente por verdaderos guerrilleros. El primero de ellos se hacía llamar Gabriel Zabala y vestía una especie de chándal. Nada lo delataba como combatiente.
-¿Es usted guerrillero...?
-Sí, señor. Guerrillero fariano con 19 años de lucha en el monte.
-O sea que ya estamos en manos...
-Desde ahora está con las FARC, sí.-, dice mientras nos recoge de la casa de simpatizantes en la que hemos esperado su llegada.
La historia de Zabala es en buena parte la historia de los cinco guerrilleros que nos escoltan en nuestro camino: familia campesina, padre asesinado y cortado en pedazos por los paramilitares. Las FARC vistas como única salida a las matanzas, a la pobreza y a la injusticia. Cada uno de ellos es una colección de cicatrices de guerra.
A Marta también le descuartizaron a su padre cuando acababa de cumplir 12 años. Se unió a la insurgencia con apenas trece. A Abel le mataron a un tío. Cornelio perdió al amor de su vida en un combate. Era la guerrillera que le había dado su único hijo. No lo ve hace más de ocho años. Me lo contó hace dos días con la tristeza dibujada en los ojos, mientras me daba un único consejo para el camino: "Si nos llegáramos a cruzar con el Ejército y empieza la balacera usted grite que lo llevamos secuestrado. Tal vez así no lo maten".
La ladera se hace cada más resbaladiza. Cornelio se detiene y silba suave. Silencio. Otro silbido y una respuesta. De entre las sombras surge un hombre armado con un fusil Kalashnikov que nos da el alto. Cornelio sonríe aliviado: "Ya hemos llegado, este es nuestro campamento". Avanzamos entre lo que parecen camas hechas con troncos y tierra, cubiertas con toldos impermeables, hasta llegar a una especie de carpa. La linterna de Cornelio apunta hacia el interior. La luz y las sombras dibujan a un guerrillero vestido de camuflaje, alto, de barba cana, con una boina calada al estilo del Che. El hombre se acerca y extiende la mano. "Bienvenido a las montañas insurgentes del Magdalena Medio", dice.
Lo reconozco aunque sólo lo había visto una vez, en una foto. Junto a ella el Departamento de Estado norteamericano había colocado el precio de su cabeza: dos millones y medio de dólares. Colombia ofrece otro millón y medio más. Es Pastor Alape, el líder del Bloque del Magdalena Medio de la guerrilla y miembro de su Estado Mayor. El hombre al que hemos venido a entrevistar. Pastor Alape controla ocho frentes, tres de ellos diezmados, y tres columnas móviles en la región de Magdalena Medio. Es un 'duro' que ha acumulado poder tras 28 años de actividad guerrillera.
"No sabía que mi cabeza valiese tanto"
La primera vez que nos dijeron que el líder de las FARC al que íbamos a entrevistar era Pastor Alape, tuvimos que acudir a Google para saber quién era.
Nadie parecía tener mucha información sobre él. Para la mayor parte de los colombianos, Félix Antonio Muñoz Lascarro, como realmente se llama, es un verdadero desconocido.
No conocimos la verdadera dimensión del personaje hasta que un analista que sigue de cerca las FARC se quedó boquiabierto al oír su nombre. "Pastor no tiene un perfil muy público, pero si habláis con él estáis hablando con alguien que realmente tiene voz dentro de la guerrilla. Un duro. Tiene serias posibilidades de ocupar un puesto en el Secretariado (el órgano ejecutivo de las FARC) tras las muertes de Raúl Reyes e Iván Ríos", dijo.
Los que sí parecían tener claro el verdadero ascendente de Pastor Alape en las FARC eran los estadounidenses. Lo suficiente como para ofrecer 2,5 millones de dólares a quien de información para su captura. El Departamento de Estado lo acusa en su web de ser "el supervisor de todo el suministro de cocaína en el Magdalena Medio", de "participar en la implantación de la política de drogas de las FARC para controlar la producción, procesamiento y distribución de cientos de toneladas de cocaína destinadas a Estados Unidos y a otras partes del mundo". También lo responsabilizan de "ordenar asesinatos y atentados con bomba" y de "ordenar la ejecución de campesinos que vendieron su pasta de coca a los paramilitares".
"No sabía que mi cabeza valiese tanto", dice riendo cuando se lo comentamos. Acabamos de llegar a su campamento y nos recibe en la carpa que le sirve de oficina. En medio hay una mesa y unos bancos hechos con troncos. Sobre la mesa hay un ordenador y una televisión portátil, una radio y una agenda electrónica donde lleva cuenta de todas sus actividades. Allí consta hasta la primera noticia que tuvo de nosotros. Sus manos sufren temblores y tiene una pierna rígida, factura qu ele han pasado sus 28 años de guerra.
Su oficina está justo encima del búnker de tierra en el que, nos cuenta, pasa las noches leyendo (últimamente a Borges) y coqueteando con la poesía. "Me sirve para espantar mis fantasmas", dice. Quizás el mayor de ellos, según cuenta, sea la muerte de su compañero Iván Ríos a manos de sus propios hombres. Le cortaron la mano como prueba de que, efectivamente, lo habían matado. A su hermana también la asesinaron los paramilitares. "La echaron al río, no pudimos llorarla ni enterrarla".
En el búnker las luces nocturnas quedan ahogadas en la tierra y no delatan su posición a los aviones del Ejército colombiano que lo buscan con insistencia. Así puede seguir con sus formación, porque este hombre de 48 años apenas pudo terminar el noveno grado. Pastor Alape tiene dos hijos. A uno de ellos no lo ve hace más de ocho años. "La situación no lo permite. No puedo ponerlos en peligro", se lamenta.
Día 2: Sin esperanzas para Ingrid y los otros secuestrados
El campamento de las FARC se levanta a las cuatro y media de la mañana. Vive al ritmo que marcan los pocos rayos de sol que atraviesan los árboles. Se despierta con los primeros y se duerme entre las siete y las ocho de la tarde, cuando el mundo se sume en la oscuridad más feroz.
El amanecer guerrillero tiene sonido propio, el crepitar de las radios que buscan en su dial los noticieros de la mañana. Radio Caracol, RCN o las emisoras locales del Magdalena Medio. Cualquiera que hable de la guerra. Hoy, sobre todo, hablan de Ingrid Betancourt, de su estado de salud y de si es posible su liberación antes de que la selva y el cautiverio acaben con sus fuerzas.
He pasado la noche en una de esas camas que adiviné al entrar ayer al campamento, caminando a tientas con una linterna. Troncos cortados y tierra prensada para compensar el desnivel. Encima de la tierra, apenas una capa de hojas y un plástico como aislantes. Nada que amortigüe el peso del cuerpo sobre el suelo. Duele la espalda, las caderas y los hombros. Así es como duermen los guerrilleros. Me pregunto si dormirán así también los más de 700 secuestrados en manos de las FARC. En este campamento no hay ninguno.
Las radios siguen con su crujido rastreando las noticias.. "Dicen que aquí en la selva estamos aislados del mundo, que los guerrilleros 'farianos' no sabemos nada de lo que pasa en Colombia, pero no es verdad. Aquí vemos televisión, documentales, escuchamos la radio y leemos los periódicos", cuenta Raúl, un joven guerrillero que es además sobrino del comandante. Lo cierto es que sobre las mesas hechas con troncos hemos podido ver ejemplares recientes del semanario comunista Voz e incluso el último ejemplar de la revista latinoamericana Gatopardo, con Juanes en su portada.
Pero más allá de lo que lean, queda la duda de si desde aquí, desde la selva, los miembros de las FARC pueden llegar a tener una imagen real de lo que es hoy es Colombia, de ese país urbano, casi ajeno al mundo rural donde la guerrilla opera. Queda la duda de saber si escuchan a esa parte del país que los maldice.
-¿Cuándo fue la última vez que estuviste en una ciudad?-, le pregunto a Raúl.
- Hace ocho años.
-¿Y no crees que eso distorsiona tu conocimiento de lo que es el conjunto de la realidad colombiana, tu percepción sobre el país por el que dices luchar?
-No. La guerrilla no está aislada, nosotros hablamos con los campesinos y con la gente que está en las ciudades.
-¿Y qué sientes en días como el cuatro de febrero, cuando millones de colombianos salieron a la calle para pedir que liberarais a los secuestrados, para protestar contra las FARC, contra ti?
-Esa gente que se manifestó contra las FARC es un grupo pequeño, reducido, que son los que no quieren que nosotros les quitemos el poder. Son la oligarquía.
-¿Y a las familias de los secuestrados, de aquellas personas que se sienten víctimas de tu accionar qué les dirías?
-Bueno... pedirles perdón no puedo. Las disculpas se las presento al campesino al que, por error, se le causa un daño o resulta muerto en medio del conflicto. Pero a esas otras personas... habría que ver qué han hecho. ¿Es que acaso tienen las manos limpias? Todos esos políticos son parte de la guerra, están legislando para la guerra...
-Pero... ¿Clara Rojas, Consuelo González de Perdomo, Ingrid Betancourt...?
-Hacían parte de ese sistema, sí.
"Medios del terror informativo"
Para los guerrilleros, escuchar las noticias no es cuestión sólo de interés por lo que pasa en el país, también es una obligación. Porque después de la revista de tropas y del desayuno hay una asamblea en la que se debaten esas noticias. Casi todos comienzan su intervención con la fórmula "los medios del terror informativo dicen que...", o "el periodista reaccionario fulano informa que...".
El suyo es un idioma de palabras cambiadas. En esta guerra, como en toda las guerras, la batalla del lenguaje es crucial. Por eso no hay "secuestrados para cobrar rescate", sino "retenidos a la espera de que paguen su contribución". No hay "secuestrados políticos", sino "prisioneros de guerra". Tampoco las imágenes se interpretan igual. Ni siquiera las de las pruebas de vida de los secuestrados provistas por las propias FARC, esas en las que algunos salían encadenados por el cuello o en situaciones penosas. "Esas imágenes se utilizan para conmover, no es que vivan así. Se muestran así para presionar a favor del canje, pero ellos en realidad viven bien, comen lo mismo que los guerrilleros y cuando salen no lo hacen en las condiciones tan malas que dicen los medios. Hasta se abrazan con los guerrilleros cuando se despiden", dice Alberto Franco, el combatiente más veterano del campamento.
Cada militante tiene que traer una noticia distinta, pero hoy casi todos repiten el mismo titular con distintas variantes: la oferta del Gobierno de Uribe de sacar a la calle a un gran número de presos de las FARC si estos liberan a varios secuestrados, entre ellos y en primer lugar Ingrid Betancourt.
Esa puerta a la esperanza de una liberación no dura mucho abierta. Pastor Alape, el jefe de este campamento y de todo el Bloque del Magdalena Medio, critica la propuesta enfrente de sus hombres. En un aparte, le pregunto si hay alguna posibilidad de que las FARC la acepten. Niega con la cabeza. "Hombre, falta saber que decisión se toma en la dirección, pero te puedo decir de entrada que para nosotros no es una oferta asumible por tres razones: porque va dirigida a una guerrilla vencida y nosotros no estamos ni mucho menos vencidos, porque está dirigida a sacar a Chávez de la negociación y nosotros queremos que esté presente, y además porque la avalan países en los que no confiamos, como Estados Unidos o España".
-Oiga, ¿y no cabe la posibilidad de que ustedes la liberen a Ingrid aunque sea por demostrar un gesto de generosidad, aunque sólo sea por ganarle a Uribe en ese terreno?, le pregunto.
-Ya ve que liberamos a seis de ellos en los últimos meses de manera unilateral. ¿Qué ha hecho el Gobierno? Nada. Mejor dicho, sí que ha hecho algo: matar al camarada Raúl Reyes. Atacar al eslabón más débil de la cadena, al hombre que tenía que recibir a las visitas y hablar por teléfono, al más ubicable.
-¿Y está tan mal de salud? ¿Es cierto que se muere?
-No, eso son sólo rumores. Hombre, seguro que tiene problemas de salud. La vida en la selva no es fácil y mucho menos el cautiverio. No es que nosotros no tengamos sentimientos, pero muchos colombianos tienen problemas de salud que el Estado no se los resuelve. Quizás el debate sobre el estado de salud de Ingrid Betancourt debería llevarnos al debate sobre el estado de salud de los colombianos.
Videos y relatos tomados del Blog de David Beriain, “EPié de Guerra”, del diario español ADN
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