viernes, 21 de diciembre de 2007
Sherlock Holmes en Santa Marta
Así, pues, Hugo Chávez ha tomado su adarga y cabalga de nuevo para librar una nueva batalla: demostrar que a Bolívar lo asesinaron. Que su muerte en Santa Marta no se debió a una tuberculosis, sino a un envenenamiento. Eso, en principio, es cosa posible. El Mariscal de Ayacucho había caído con un tiro en la frente no hacía mucho, víctima de la intriga y de la ambición de sus rivales.
Al mismo Libertador no lo habían matado de milagro el 28 de septiembre de 1828. De modo que había gente que estuvo y estaba dispuesta a matar a Bolívar, con o sin la mano de la tatarabuela de la CIA de por medio, y más o menos se sabe quiénes eran.
No se entiende mucho el punto del empeño de Hugo Chávez en la materia. Se abriría ciertamente una veta muy rica para la investigación historiográfica: ácidos debates sobre la autoría material e intelectual del envenenamiento. Por lo demás, no está tan mal que Chávez se tome a pecho el asunto. Imposible como es que gobierne como tanto se le pide por estos días, una de las cosas menos dañinas que se le puede ocurrir hacer es esa de dedicarse a fundamentar su caso del asesinato de Bolívar.
Supongamos...
Pero tomemos la cosa en serio. Supongamos que se trata de una tesis adelantada por un académico respetable que hace valer sus argumentos. A ver. Hasta donde entiendo, el punto fuerte de los argumentos de Chávez son las cartas que éste escribe a sus partidarios a pocos meses antes de su muerte. Allí les habla de planes, proyectos, futuras acciones de su parte, que no corresponden a lo que podría decir un hombre que dentro de tres meses va a morir de tuberculosis.
En el acto de conmemoración de la muerte del Libertador, estuvo Chávez leyendo por varias horas fragmentos de esas cartas, casi todas de finales de septiembre y principios de octubre, al menos hasta donde alcancé a oír la larga perorata. Después de leer cada fragmento, Chávez comentaba irónicamente: "así escribía este supuesto moribundo".
No me parece un mal argumento inicial. Pero realmente tiene muchas explicaciones posibles. Bolívar le escribe a partidarios que le solicitan que vuelva al poder, que encabece cosas. No es el Libertador hombre de decir como un anciano empantuflado: "No mijito, búsquense otro, que yo estoy en las últimas".
No es de extrañar que rechazara con furia la idea de que ya no podía hacer nada, pues su cuerpo se lo impedía. La idea de las cosas que le correspondía hacer para salvar su obra política podía encender energías inusitadas en ese hombre colosal, que además necesitaba avivar la llama de la esperanza en sus partidarios, haciéndoles sentir que podían contar con él.
Dos argumentos
Más allá de esa sencilla conjetura de psicología elemental, hay dos argumentos que le sugeriría considerar cuidadosamente a ese hipotético académico revisionista. La primera es que, que yo sepa, no hay un solo testimonio de los bolivaristas del momento que manifieste extrañeza alguna por la enfermedad y la muerte del Libertador.
Ni Urdaneta ni Vergara ni Castillo Rada ni Salom ni Flores ni Briceño Méndez ni Montilla ni Restrepo ni Ibarra ni Justo Briceño ni Manuelita... ¡Qué cosa tan rara! Como diría Sherlock Holmes, lo curioso es que ningún perro haya ladrado. Ninguno muestra sorpresa, ni se pregunta nada ni le preguntan nada a nadie sobre el súbito agravamiento del Libertador.
Seguramente -¿no es verdad?- lo habían visto toser desde hacía tiempo, sabían de la procesión que avanzaba, así como que de eso no se hablaba.
La otra consideración se refiere a un afirmación del propio Libertador. No sé hasta dónde llegó Chávez en las cartas que ha aducido. La última que oí en su alocución era del tres de octubre, donde Bolívar habla de marchar por Río Hacha o algo así.
Pues bien, el 16 de octubre de 1830, prácticamente en los mismos días de las cartas usadas por Chávez para fundamentar su tesis, le escribe a uno de sus más íntimos, el general Urdaneta, y como si nada le dice: "Dice Madame de Stäel, y otros antes de ella, que el lecho de un moribundo es un altar profético que debe considerarse como una especie de inspiración que recibe allí el moribundo.
Yo profetizo, pues, que el actual gobierno no alcanza al día...". Es decir, el 16 de octubre, Bolívar se considera a sí mismo un moribundo.
Dejémoslo ahí. Tal vez esto del asesinato del Libertador sea la manera, inofensiva después de todo, que Hugo Chávez haya encontrado para drenar los impactos que ha recibido últimamente, prácticamente en todos los frentes. Puede quedar, eso sí, en ridículo, pero ese es en verdad un mal menor.
Diego Bautista Urbaneja
www.eluniversal.com
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