Cuando apenas se vislumbraban estos lodazales, allá a mediados de los noventa, un psiquiatra encumbrado injustamente a las alturas del rectorado de la UCV se refirió a la generación de los Del Nogal, Kaufmann, Durán y Maoinica llamándola “la generación boba”. Nadie protestó. Ni siquiera sus padres. Mucho menos los propios inculpados.
Estaban demasiado ocupados en mirarse el ombligo, pasársela de rumba en rumba, soñar con hacerse multimillonarios y preparándose concienzudamente para asaltar las gerencias y puestos de comando en el mundo de las finanzas. El de la bolsa, las colocaciones, las export-import, las encumbradas cimas de los seguros y la banca, donde mejor se paga. Y oliendo el paraíso de la riqueza en bufetes de los duros, los de las asesorías al altísimo mundo de la empresa y las finanzas. Last but not least, escogiendo en Vogue los trajes a la medida y las corbatas y pañuelos de seda de la alta costura italiana con los que se uniformarían cuando les llegara su hora.
Esperaron con impaciencia. Ya tenían escogidos los Bulgari, los Cartier, los Panerai y los Lange & Söhne con que medirían la velocidad de su enriquecimiento. Querían cumplir el sueño americano: ser millonarios – en dólares – al promediar los 30. Y llegar al medio siglo por lo menos con cien millones de los verdes en sus cuentas en Singapur, Hong Kong, New York o Panamá. Mientras el país se derrumbaba, ellos hurgaban en los altos y bajos fondos a la desesperada búsqueda de oportunidades. Y sabiendo que nadie se hace rico con el sudor de su frente vieron que el destino los ponía en la propia encrucijada: el golpismo militarista venezolano y sus hampones marxista-leninistas.
Allí fue donde Alex del Nogal se coludió con Juan Barreto, Antonini Wilson con Yañez Rangel, Maoinica con Jorge Rodríguez, Kaufmann con Diosdado Cabello y todos ellos con los Rangel Ávalos. En la misma camada estaban los Ruperti, los Díaz Granados, los Vargas y toda esa pléyade de tiburones muertos de hambre dispuestos a enriquecerse a cualquier precio, sin importar normas morales o preceptos éticos. Comprendieron súbitamente que el teniente coronel era el perfecto caballo de Troya para saquear los dineros de la nación, pobre vaca desguarnecida al alcance de cualquier aventurero, desfalcar a quien se le pusiera por delante, hundir sus sucias garras en la carne putrefacta del nuevo régimen y brincar a Montecarlo, a San Sebastian, a Paris, a Cannes, a Madrid y a Buenos Aires. Sin siquiera hacerle asco a las narcoguerrillas colombianas. Y a Fidel Castro, que por hacerse ricos están dispuestos a pactar con el diablo.
Es lo que ahora está saliendo a flote. La generación boba de boba sólo tenía el nombre. Era la agalluda generación podrida de estos negociantes y testaferros. A la cabeza de todos aquellos jóvenes venezolanos que en los ochenta y noventa olvidaron el nombre de su patria, guardaron silencio cuando apareció Chávez a la cabeza del bandidaje político nacional y se dispusieron a saltar al abordaje de la nave que se hundía.
Hoy comienzan a caer como pajarracos envenenados. Una nueva generación los echará al basurero. La de la dignidad nacional encabezada por Yon Goicoechea, Stalin González, Freddy Guevara y Ricardo Sánchez. Ya era hora. Los asaltantes de camino, que se pudran en las mazmorras de la indecencia con sus mentores políticos. Los espera el infierno.
LA GENERACIÓN KAUFMANN
Pedro Lastra
Noticias24
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