Me advierten que sobre la mesa de alguna oficina descansa “mi caso”. Un expediente lleno de pruebas de infracciones cometidas, un abultado dossier de ilegalidades que he acumulado en estos años. Los vecinos me insinúan que me disfrace con gafas de sol y que desconecte el teléfono cuando quiera hablar algo privado. Poco, muy poco –me aclaran- puede hacerse ya para que no toquen a mi puerta una mañana bien temprano.
En espera de eso, quiero señalar que no guardo armas bajo la cama. Sin embargo, he cometido un delito sistemático y execrable: me he creído libre. Tampoco tengo un plan concreto para cambiar las cosas, pero en mí la queja ha sustituido al triunfalismo y eso es –definitivamente- punible. Jamás pude darle una bofetada a nadie, no obstante me negué a aceptar el sistemático manotazo a mi “yo cívico”. Esto último es condenable en grado sumo. Encima de eso, y a pesar de no haber hurtado nada ajeno, he querido “robar” –en repetidas ocasiones- lo que creía me pertenecía: una isla, sus sueños, sus legados.
Mas no se confíen; no soy del todo inocente. Llevo en mi haber un montón de fechorías: he comprado sistemáticamente en mercado negro, he comentado en voz baja –y en términos críticos- sobre quienes nos gobiernan, he puesto apodos a los políticos y comulgado ante el pesimismo. Para colmo, he cometido la abominable infracción de creer en un futuro sin “ellos” y en una versión de la historia diferente a la que me enseñaron. Repetí las consignas sin convicción, lavé los trapos sucios a la vista de todos y –magna transgresión- he unido frases y juntado palabras sin permiso.
Declaro –y asumo el castigo que me toque- que no he podido sobrevivir y cumplir con todas las leyes al mismo tiempo.
Ilustracion tomada del blog de Yoani.
http://cubaindependiente.blogspot.com/
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