domingo, 22 de junio de 2008

Este régimen será condenado por la Historia


¡Revolución ya!

Si por algo este gobierno será condenado por la Historia, por los de abajo, por los suyos y los de acá, no será por exceso de revolución sino por su carencia. No por los cambios que hizo, sino por los que dejó de hacer. No por la audacia real y profunda, sino por sus vacilaciones y timideces. No porque quiso asaltar el cielo, sino porque se guareció en un búnker inaccesible. No porque ayudó a los pobres, sino porque los desamparó. No porque elevó la dignidad de la mayoría, sino porque quiso reconciliarla con su miseria. No porque derrotó a la burguesía, sino porque la canjeó por una mafia. No porque sustituyó a las antiguas élites, sino porque creyó que las podría reemplazar por un hatajo de vividores y carteristas. No porque obligó a los militares a integrarse a la sociedad, sino porque los prostituyó institucionalmente. No porque ayudó a los jefes de varias naciones pobres, sino porque los alquiló y degradó como “servicio de adentro”. No porque hizo fuerte a un Estado débil, sino porque lo estiró hasta reventarlo. No porque eliminó a Pdvsa como un Estado dentro del Estado, sino porque lo convirtió en un pozo séptico. No porque produjo una democracia participativa, sino porque le quitó el derecho a la diferencia a los que lo han apoyado. No porque enalteció a los funcionarios públicos, sino porque los comprometió al silencio. No porque honró a los indefensos, sino porque los forzó a vestirse de rojo. No porque convenció, sino porque ordenó y obligó. No porque fue fuerte frente al poderoso, sino porque humilló al débil. No porque se descubre el pecho para la batalla con silenciosa dignidad, sino porque recula berreando.

Sí, era necesaria.

Las revoluciones que se basan en la destrucción de la propiedad privada, la socialización de la economía, el destierro de los empresarios y un poder -ya nostálgico- del proletariado, se fueron hace muchos años, como se fueron el barco de vapor, el coche de Isidoro, el merecumbé, las “negritas” del carnaval y El Observador Creole. No es ni siquiera que no sean convenientes; sencillamente, no son posibles. La Historia reciente arrasó con ese propósito, sea que se le viera como sueño, sea como pesadilla. Así como ya no es viable contar con ábaco para llevar la contabilidad de una empresa, por más romántico que parezca; tampoco es viable hacer revoluciones socialistas. Éstas son momias agrietadas que se exhiben en vitrinas semidestruidas en La Habana, en algunos poblados de China, en la barbería donde le cortan el pelo a Kim Jon-Il, y, tal vez, aunque no sea seguro, en el zaguán en el cual se congregan algunos viejos comunistas venezolanos ahora nariceados por el Comandante.

Sin embargo, si la revolución se entendiera en un sentido más amplio, como reforma profunda y radical, por supuesto que sí era y es necesaria. Un cambio bravo y rudo ya estaba asomando su tentadora y amenazante necesidad a finales de los 80.

Siempre hay, ha habido y habrá muchas cosas que transformar; pero, el centro de lo que era y es necesario transformar en Venezuela es el Estado, como sistema de instituciones, y sus relaciones con la sociedad en su conjunto. Se avanzó en un período muy breve con la descentralización iniciada en 1989 bajo el auspicio de la Comisión de Reforma del Estado, Copre, pero sólo en los gobiernos de Carlos Andrés Pérez y de Ramón J. Velásquez. La subsiguiente administración de Rafael Caldera fue reticente con este tema, y Chávez, luego, su desenfrenado enemigo.

La Resistencia está en la Descentralización.

Un indicador de la importancia de la descentralización es que la resistencia institucional de la sociedad venezolana ante el militarismo y el autoritarismo proviene de los espacios de la descentralización. No se trata sólo de aquellos estados y municipios gobernados por opositores al régimen, sino incluso en aquéllos encabezados por los favorecidos en el pasado por el dedo omnipotente. Hasta los personajes que aparecen en las declaraciones públicas como más obsecuentes con el caudillo, tienen arrestos de independencia en sus respectivas regiones.

La resistencia está en la sociedad civil, sin duda; pero, la descentralización ha creado la oportunidad para que, desde las instituciones, chavistas y antichavistas resistan las furiosas embestidas del Gobierno nacional, lo cual explica por qué se intenta el control total bajo la mano de hierro del autócrata.

Caracas.

Antes se solía decir que Caracas controlaba al país. Era la metáfora del país centralizado, antes de 1989. Sin embargo, no hay ciudad más devastada por el régimen actual que Caracas. No sólo maltrata a los caraqueños en general, sino que maltrata a los suyos de una manera impresionante (verbigracia Barreto y Bernal), a quienes les ha obligado a hacer de las peores cosas contra la disidencia y, una vez marchitos, se les tira a un lado.

Caracas es una ciudad objeto del odio sistemático del oficialismo, porque es una ciudad respondona, arisca, nunca sometida, debido a esa confluencia poblacional que ha hecho de sus pobres, de sus profesionales, de los empresarios, y de todos los grupos de clase media, un conglomerado valiente e impetuoso.

Reestructurar la ciudad capital es una tarea que está entre las prioritarias para el Estado venezolano, pero, sobre todo, para sus ciudadanos. Si la descentralización no llega, Caracas terminará convertida en un amasijo de hierros retorcidos, basura, crimen, tráfico espantoso y desmesuradas construcciones: innoble escenario para sus habitantes, a punto de estallido.

El Estado es la tarea.

No ha habido proyecto más importante y radical para cambiar el país y el Estado que el elaborado por la Copre. En ese tiempo se hicieron propuestas; pero, más que eso, se motorizó un vasto movimiento nacional que condujo a reformas como la mencionada. Para reconstruir a Venezuela no hay que buscar a Dios por los rincones, sino tomar como materia prima ese proyecto, para sus necesarias actualizaciones. Hay que evitar la eterna historia latinoamericana y venezolana de comenzar siempre desde cero.

Hoy no se trata de programas de gobierno ni de adaptaciones neoliberales con aderezos de populismo para complacer a los pobres, sino de asumir el desafío central que plantea el Estado venezolano, ahora más descompuesto, neoplásico y torpe que nunca antes, gracias a esa combinación inesperada y letal que ha significado montarle a horcajadas un salvador como Chávez.

Se puede preguntar que para qué ocuparse de estos problemas tan exquisitos cuando se tiene a este moscardón infecto a punto de meterse por la boca o por la nariz; sin embargo, no es ocioso indagar si no conviene saber qué se debe y tiene que hacer hacia delante. No sea que cuando quiera que ocurra la transición hacia la democracia, los dolientes de su pérdida no lo adviertan porque estén ocupados en las posiciones que les tienen reservadas las encuestas que, según comentan, es lo que define el liderazgo.

Tiempo de palabra
Carlos Blanco
El Universal

2 comentarios:

Aguador dijo...

Apreciada Pandora:

Muchas gracias por concederme el Premio Dardos. No sé a quién se lo concederé yo (hay tantos que se lo merecen que ni en un post de los míos cabrían). Pero sí sé una cosa: el mejor premio a nuestro esfuerzo es que la verdad se extienda y la tiranía de los cobardes que se escudan tras los tiranos vaya cediendo espacio a la libertad. Ya lo dijo Gibran:

"Y, si es un déspota el que queréis destronar, ved primero que su trono, erigido dentro de vosotros, sea destruido.

Porque, ¿cómo puede un tirano mandar a los libres y a los dignos sino a través de una tiranía en su propia libertad y una vergüenza en su propio orgullo?"

Saludos,
Aguador

Anónimo dijo...

Aguador:

Muchas gracias por tu comentario. Hay numerosos blogs que merecen un reconocimiento.

Perfecta la cita de Gibran.

Un abrazo