martes, 2 de octubre de 2007

¡Las Joyas de La Corona!


Para "Turi", Vizconde de Humboldt

Recientemente en mi viaje a Europa, por razones netamente vacacionales, tuve la osadía de usar uno de mis días de descanso en hacer algo que hasta el momento no había hecho por considerarlo poco atractivo para mi bolsillo y para el interés cultural de este zuliano que se cree un pequeño burgués. Me refiero a visitar uno de los tantos museos que abundan en las Europas que exhiben las joyas de los monarcas de otrora.
En dicha visita palaciega me dejé conquistar por el ambiente sombrío, sereno y fresco del recinto, donde más perplejo me dejó el observar la expresión de los visitantes cuando aprecian el vestido de doña Ludovica, la Baronesa de Hamburgo, que la propia prenda en cuestión. Más impresionante aún es escuchar a los visitantes de lengua conocida expresar las más variopintas pendejadas que se inventan al traducir la pequeña ficha descriptiva de tan semejante atuendo. No dejo de reconocer y aceptar que para algunos estos atuendos y prendas tengan algún valor cultural muy significativo, pero mi impresión general es que quienes visitamos esos lugares lo hacemos porque nuestra incultura no es capaz de permitirnos discernir dónde gastar mejor nuestro dinero.

Sin embargo, debo reconocer que sentí cierto interés por las joyas, me refiero a las prendas de guindar, pendientes, cadenas y demás "guindarlejos", que en todo su esplendor muestran un tesoro de cuantiosa magnitud. Pero lo interesante fue distinguir entre quienes admiran, detallan y comentan tales tesoros, un dejo de reverencia para con éstas, como si se tratara de una prolongación corpórea de quién en vida fuera su portador.

Allí me surgió una remembranza de mis días de primaria, cuando un padre salesiano, para salir del paso a una de mis preguntas, no tardó en espetarme que a un rey se le reconoce fácilmente porque lleva corona y muchas prendas, así me dijo!. Pues bien, para mí, liberal de nacimiento, la única forma de comprender y asimilar que cualquier fulano de veinte uñas, parido con la misma gracia con la que fui parido yo sólo podría considerárselo un rey si llevaba puestas sus joyas. Es decir, su condición de rey no era más que la deliberada aceptación del resto de los mortales a que fuera éste quién llevara la corona y muchas joyas.

Entonces, el Rey existe porque existen quienes le coronan, si está desnudo se jode. Pero en cuanto se coloque su joya recobra inmediatamente su condición de sangre azul. Allí me vino a la mente que quién pretende convertirse en nuestro nuevo Rey, su Majestad Hugo I de Los Reyes, de sangre barinesa y estirpe llanera, luce su condición de tal porque permitimos que sea él quién lleve la corona. Es decir, el tipo pueda que esté desnudo (y me refiero a la desnudez de intelecto) pero baste que unos cuántos
"jalamecates" le coloquen la corona y lo prendan de bellas gemas (siempre en sentido figurado) para que el tipo recobre inmediatamente su majestuosa condición.
Pero el caso viene a mi memoria porque en el instante en que detallaba las bellas gemas de las realezas europeas, me recordé de algunos patricios de por estas tierras cuya anhelada aceptación en los círculos reales, los lleva a convertirse a ellos mismos en las propias las joyas de su Majestad. Que están dispuestos a guindarse de su figura para lucirlo más esbelto, majestuoso y suntuoso. Es así como recordé la triste historia de algunos "empresarios" de la Cuarta convertidos en gemas de la Quinta, que en su desesperada carrera por convertirse en orfebres exclusivos de su Majestad, obligan a sus trabajadores a inscribirse en el PSUV para congraciar y alegrar al Rey. A su Rey, que quede claro.

En estas épocas de perseguidos y de execrados sociales en que han convertido a los opositores a este régimen (recuérdese la obra maestra de Don Luis Tascón -Conde de Marramucias y Barón de Los Andes-), a éstos insignes trabajadores no les queda más remedio que sucumbir a los deseos del orfebre y bajo amenaza de despido, endosan su dignidad por mantener el sustento de sus familias. No se olviden tan insignes orfebres que estarán señalados de por vida en esta tierra de gracia. Que como sentenció el Rey de Reyes: No hagas a tu prójimo lo que no quieras que hagan contigo!, su propia ley se convertirá en su más cruel destino.

Patroclo Kaiserman
www.soberanía.org


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