domingo, 8 de marzo de 2009

Del divino Adriano

El columnista escribe un poco al trasluz de la imaginación y hace un corto soliloquio con el emperador Adriano. Son los fantasmas encallados en el alma que regresan al balcón de la vereda de Chacaíto.

Los balcones son promontorios en los que, en noches revestidas de insomnio, asomamos el cansancio interior al hálito taciturno de la vereda de Chacaíto, lugar en que encalló hace años el barco de la existencia. De aquí, posiblemente partamos en la barcaza de Caronte hacia la eternidad o la nada.


Esta última noche el mirador se hallaba en brumas y los ruidos de la cercana autopista se habían disipado. Pocas veces sucede, sin embargo en esta ocasión se estaba bien allí. Media luna colgaba en lo alto. Ninguna nube. Quieta soledad. La cercana discoteca de las hijas de lesbos, arrecife del amor escondido y dulcificado, tan ruidosa siempre, tenía cerradas sus contrapuertas; los alborotadores recogelatas de la esquina se fueron disipando y había en el ambiente de la hora de maitines acariciando laudes, el sosiego de la suave calma interior.

Era el intervalo de soltar la entelequia delirante. Frente a nosotros, tomando forma, levantándose entre la luz opaca, una lobreguez imprecisa marcaba los contornos severos del emperador Adriano acompañado de su médico Hermógenes. La fiebre regresaba. Esa misma mañana habíamos realizado un trabajo arduo sobre su imperio apoyándonos en las páginas escritas por Marguerite Yourcenar, partiendo de la frase inolvidable de Flaubert: "Cuando los dioses no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un tiempo único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre".

Al César lo contemplo absorto en el espejo de mis fanales; más que eso: envejecido. Su abatimiento interior es templado. Enterró hace poco el cuerpo hermoso de su joven amante Antínoo, y él, un dios, dueño del mundo conocido, llora cual un niño abandonado en medio de la oscuridad. Su dolor se desnuda como un bosque en el otoño, y siento piedad al contemplarlo tan afligido.

Es atrayente lo que puede revelar un balcón convertido en eremita en medio de las tinieblas de la noche. Por él van desfilando, entre las trochas de la existencia, vivencias cotidianas, espíritus que nos inquietan y van a nuestro lado en una interminable procesión, arrastrando aprensiones, esperanzas furtivas, un largo cortejo de aleluyas y fingimientos, donde al final uno es el espectador único en la comedia evocadora de su propia vida.

Regreso a las páginas memoriosas del divino Adriano Augusto que la autora de "Opus nigrum", tras dejar a Zenón partir de Brujas hasta volver nuevamente a la ciudad a practicar con la muerte, fue hilando en las propias agujas de Penélope la despedida del conquistador de los Partos:

"Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo... todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver... tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos".

La claridad del nuevo día se acercaba exhalando la pena honda de la ciudad de Caracas abandonada a su amarga suerte.

Rafael Del Naranco
Cadena Global






Fuera de la rutina, luego seguimos con las expropiaciones y otras locuras: Ver a Iron Maiden costó Dios y su ayuda




Desde tempranas horas de la mañana las colas de los seguidores de Iron Maiden atestaban las adyacencias del Poliedro, en cuyo estacionamiento la banda británica ofreció su única presentación.




Hubo quienes hasta acamparon en la zona para recibir a la "Doncella de hierro" que aterrizó en el país luego de 17 años de ausencia. Una fanaticada fiel que rompía las brechas generacionales soportó colas, desorganización, agua y algunos hasta golpes, con tal de ver el espectáculo de dos horas que prometían los metaleros en el marco de su gira Somewhere back in time.

El cambio de locación anunciado por Evenpro a sólo dos días del espectáculo quizás podía considerarse un anticipo de lo que venía. Los altercados comenzaron en horas de la tarde cuando una suerte de gestores, en complicidad con los miembros de seguridad del show, cobraban 20 bolívares fuertes para no hacer cola. Algunos cumplían su promesa, otros estafaban.




A punta de ballena y golpes las autoridades calmaron los ánimos de quienes se enfurecían por esta situación. Entrada la noche, no existían chequeos de seguridad en las puertas de acceso. Pero lo más lamentable de la jornada no fue el caos generado al ingreso y a la salida, sino la dificultad para ver un espectáculo que no tenía nada de desperdicio.

Muchos fanáticos tuvieron que limitarse a ver las impecables interpretaciones de Bruce Dickinson y compañía en las pantallas ubicadas a los extremos de la tarima.

La pésima disposición del show obligó a los seguidores a subirse en los árboles o en cuanta cosa encontrarán, porque quien no midiera metro 90 difícilmente lograba ver algo.

Pese a todo, los metaleros venezolanos suspiraron, deliraron y no pararon de gritar durante las dos horas en las cuales los británicos recorrieron su repertorio musical hasta principios de los 90.

Fear of the dark, The number of the beast y Iron Maiden fueron de las más coreadas del set de 16 piezas. Los sarcófagos egipcios y la pirotecnia fueron la constante en escena, pero uno de los momentos más delirantes de la noche fue cuando apareció Eddie, la mascota robótica gigante que afortunadamente sí era visible desde cualquier ángulo.

Paula Ramón
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