Si a alguien le cabía duda acerca de las insólitas declaraciones de Rodríguez Chacín, asegurándonos que su policía sería insurgente y subversiva, el reciente atentado a Fedecámaras termina por ponernos las cuentas suficientemente claras. Y como para demostrar de que además de insurgente y subversiva la policía del régimen es estúpida e inoperante, en el atentado que escenificaran las huestes de Barreto-Chacín no muere un empresario sino el mismo policía que pretendió llevarlo a cabo.
Valientes y profesionales los expertos del terrorismo oficial: cometen el atentado con sus papeles de identidad, placas, uniformes y motos oficiales encima. Se pasean ante las cámaras de seguridad para dejar suficiente constancia. Y en el colmo de la imbecilidad ni siquiera tienen un elemental gesto de humana solidaridad con el ejecutor: lo dejan desangrándose y huyen de su propio terror. ¿Esas son las tropas con las que Hugo Chávez pretende llevar adelante su guerra de cuarta generación? ¿Esos, los irregulares con que pretende enfrentar al imperio?
Sería cómico, absurdo y digno de lástima si no encubriera una realidad patética: un país que fue grande, próspero y libertario en manos de la peor ralea imaginable: la de una izquierda zarrapastrosa, inoperante, inculta y bárbara. Una manga de forajidos de poca monta y ladrones de altos quilates aferrados a los faldones de un teniente coronel con ínfulas napoleónicas. Esta viene a ser la herencia de Lenin, Mao y Fidel Castro. Estos los nietos de Gustavo Machado. Estos los epígonos de Carlos Marx y Federico Engels. Basura. ¿Qué vendrán a decirnos Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, que dirigieran un día a esta cáfila de delincuentes?
En cualquier país medianamente decente, una banda de terroristas de pacotilla como los enlistados por el alcalde mayor sorprendidos in fraganti arrastraría consigo la inmediata destitución del jefe de la policía, del Alcalde Mayor y del ministro de interior y justicia. Sacudiría hasta los cimientos al tren ejecutivo y exigiría cuentas inmediatas del máximo representante del poder político.
Pero como Venezuela es un campamento asaltado por una banda prostibularia, no aparece otra reacción que la de un contralor cagalitroso y alcahueta estirando la mano con una lista infamante. La más absoluta falta de decencia y sentido moral.
Dios mío: ¿dónde iremos a parar?
Antonio Sánchez García
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