Las constantes manifestaciones de repulsión del Presidente Chávez cargadas de un altísimo marcaje de delirio persecutorio, no es un tema que se reduce a la condición de primer mandatario. No es una variable aislada o si se quiere, primordial, del ejercicio del poder. Es una expresión que va más allá de una ideología, de una estrategia de mando o de contraste político. Es un asunto de profundas raíces personales, de arraigados antecedentes conductuales, que inciden de manera definitiva, cuando se ocupan cargos de poder en el hecho de la gobernabilidad.
Si revisamos algunos episodios de ingobernabilidad y agitación social vividos en el mandato del Comandante Chávez, podemos observar que el origen de esos acontecimientos pasó por intensos estadios de provocación discursiva y agresiones exacerbadas, cargadas de rechazo, de reflujos afectivos, de resentimientos incontrolados, que produjeron un estado colectivo de ansiedad, del cual no escapa su propio generador.
Desde el mismo Golpe de Estado de 1.992, Chávez demostró un comportamiento bipolar y ambivalente, que trataba de conciliar sentimientos de gallardía y temple, con profundos temores por verse inmolado o a lo menos, afectado en su integridad. Por un lado se aventura a una jornada militar y miliciana poniendo al límite las fuerzas en disputa, pero al verse derrotado o acorralado, decide renunciar y entregarse. Este estado retrógrado de avances y retiradas, produce profundas conmociones de orden conductual, que auto-recriminan esa incapacidad de sacrificarse plenamente por un ideal.
Y surge el por ahora, como fórmula redentora, de una actitud pusilánime y allanada…como válvula de escape al fracaso no sólo devenido de un plan inconcluso, sino de la falta de carácter para a lo menos, registrar trascendencia.
Otros hechos que han demostrado una misma aptitud esquiva e incoherente, donde el verbo incendiario y desbordado, el talante guapetón y prepotente ha culminado abrazado a una cruz pidiendo clemencia, son los eventos del 11A-2002, el paro petrolero y más recientemente, el 2D/07.
Chávez en situaciones críticas y terminales, simplemente alivia y allana su temperamento, y se convierte súbitamente en un “gran negociador”.
El 11-A/2002, lo vimos retornando al poder, en un tono reflexivo y sumiso. Frente al paro petrolero, se anilló alrededor de las FFAA y poco se dejó exhibir, demostrando un manifiesto temor al escrutinio público. Chávez prefirió la inmolación colectiva que la propia. Y quién está en el poder y mantiene el control de las armas, tiene el juego a su favor. La sociedad civil Venezolana se inmoló y Chávez superó el tifón, en medio de insulsas negociaciones de todo orden.
El 2D/2007, Chávez no pudo incidir en el resultado del referéndum. Y no porque no pudiera, sino porque simplemente vio amenazada su integridad personal/ su gobernabilidad y permanencia.
Pero, ¿Qué es lo que neutraliza la fuerza o la voluntad para carear los eventos al punto de arriesgarlo todo? ¿Cuál es ese elemento que activa actitudes ambivalentes? ¿Cómo se explica esa mutación que lo hace pasar de verdugo a cordero…y a pedir cacao?
Hemos revisado algunas notas sobre las conductas fóbicas que quizás expliquen un poco el “fenómeno”.
Según el DRAE, Fobia es “repulsión temerosa y obsesiva hacia alguien o hacia una cosa. Temor patológico angustioso y obsesivo que se observa en la neurosis especialmente en algunas psicosis”
En marco de este concepto que tolera más de 200 tipos de acepciones de Fobias, encontramos la Fobia Social que consiste en el “miedo hacia situaciones sociales con temor exagerado al rechazo, a la persecución, a la humillación, al escrutinio o a ser evaluado negativamente. La Fobia Social puede ser incrementada por la ansiedad y por el pánico. La antropofobia por su parte es el Miedo a la gente o a la sociedad y la demo fobia: miedo a las muchedumbres”. Fin de la cita
Una de las consecuencias de esta patología psicológica es la paranoia o el trastorno paranoide, o bien con problemas psicoticos, véase brotes, esquizofrenia, o parafrenia.
Volviendo al tema de la ingobernabilidad, repasemos especialmente lo ocurrido el 11-A/02.
Chávez en TV con un pito en la mano, arremete contra los ejecutivos de PDVSA. Desde el inicio de su gobierno, muchas fueron sus expresiones ofensivas en contra de la disidencia.
Amenazas de llevarlos presos si no pagaban sus impuestos, la famosa estigmatización sobre el escualidísmo; el uso de lugar comunes como oligarcas, amos del valle, cúpulas podridas, etc., todo ello acompañado de maratónicas apariciones en TV (en cadena), que decían mucho de un comportamiento impedido de medios volitivos inhibitorios.
La violencia del verbo, del contenido de las palabras, refleja un miedo exacerbado a ser rechazado por sus “víctimas”, a ser humillado e incluso perseguido por quienes considera más que adversarios, sus enemigos. Y surge la violencia y el mismo uso de la humillación, la ofensa y la inquina, como herramienta de “neutralización”, sobre quiénes no considera siquiera adversarios, sino enemigos, y más aun, agresores.
Esta parafrenia lo lleva a situaciones límites como por ejemplo despedir (botar) a pecho abierto y en cadena televisiva, a los ejecutivos de PDVSA. La situación de desbordamiento fue inevitable. El temor a las muchedumbres también se activa, con lo cual pide la activación del Plan Ávila. Y en medio de aquél cóctel de desbordamientos, reyertas, confrontación y vacíos, surge la confusión, la desobediencia, la desesperación y el miedo.
En una fase inicial esos mismos miedos producen un talante precario pero espasmódico, para carear los eventos. Todo vale. Puente llaguno no es más que el resultado de una infeliz orden implícita de defender la revolución, pero más que eso, defender el pellejo del comandante.
Al verse superado, depone las armas … depone el delirio diría uno. De pronto se hace racional y lúcido. Y negocia como el mejor de los mediadores. Poco importa la coherencia, la linealidad entre la palabra y la conducta, la dignidad, los valores, los postulados revolucionarios. Lo que vale es mi integridad.
Para Gilles Lipovetzky,9 la sociedad posmoderna es la edad del deslizamiento, imagen deportiva que ilustra con exactitud un tiempo en que la republica ya no tiene una base sólida, un anclaje emocional estable. Vértigo, aceleración, deslizamiento: características que, en lo individual, sintetizan el carácter fóbico de los nuevos tiempos.
Y esa ha sido la característica del Gobierno del Presidente Chávez. Colocarnos en un Estado permanente de aceleración, de vértigo, de inmolación que tratan de acabar con el pasado próximo en aras de justificar el presente construído por un actor gendarme, que necesita liquidar ese pasado, que él siente, le persigue, le acosa, que viene constantemente por él!
Agrega Gilles Lipovetzky “El paciente fóbico, dadas sus características de ser alguien que está siempre por irse, en viaje permanente, plantea algunas dificultades que muchas veces no llegan a evidenciarse debido a un aspecto nuclear en el curso de un tratamiento psicoterapéutico: la frecuente deserción.”
Quizás nuestro primer mandatario más de lo que alguna vez hemos sido capaces de reconocer por haberlo convertido en un mito, en un superhombre, en el superchávex indestructible e imperecedero, ha estado dispuesto a desertar. Tal cómo lo hizo el 4-F y su por ahora. Tal como seguramente lo hizo el 11-A. Tal como lo demostró el 2D, cuando teniendo la posibilidad de reversar el destino de este pueblo para garantizar su perpetuidad, decidió allanarse y respetar un resultado, que garantizaba algo más: su vida. Y desertó al socialismo del siglo XXI…por ahora.
La infeliz expresión “una victoria de mierda”, no fue más que la transpiración de un ratón moral, el drenaje de una actitud frágil y entregada a lo que ha debido ser una reacción suma-cero, ante un evento que le puso fecha de expiración a su mandato…y que en el realpolitik, él después comprendió, fue una victoria que no podía aceptar. Pero los miedos una vez más superaron las “exigencias” gendarmes de la revolución. Y aquél triunfo lo untó de pestilencia, lo que no es más que reflejo de una inconformidad consigo mismo.
“La fobia se presenta como una estructura defensiva construida sobre una serie de evitaciones, prohibiciones y precauciones ante determinados objetos o situaciones cuya proximidad despiertan angustia (…); el fóbico desea y teme al mismo tiempo, se asoma y huye, desea curarse pero teme que eso mismo ocurra” (Ob. Cit.).
Por ello arremete nuevamente y sin contemplación, porque la fobia, los miedos se convierten paradójicamente, en la medicina de sus propios temores.
El miedo a perder el miedo, porque sólo a través de él, impulsa sus emociones, sus evitaciones, sus prohibiciones y sus precauciones. Sólo a través de sus fobias mantiene viva su cautela, y nutre no sólo su ansiedad, sino la de sus adversarios/enemigos, que caen recurremente en la trampa de separarse producto de esa ansiedad, de invertir los miedos hacia ellos e impedir sus propios avances.
“La patología mental obedece a la ley de la época que tiende a la reducción de rigideces“, dice Lipovetzky “así como a la licuación de las relevancias estables: la crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista”.
Y esa es otra expresión típica de nuestro caudillaje. El hedonismo, el descontrol de los egos, el narcisismo. Ojo un síndrome que no sólo resalta en el demofóbico sino también en su contraparte.
Así se juega a la anarquía como factor de inestabilidad permanente, que impide la articulación de los factores de escrutinio, que impide la armonización de los actores adversos quienes en situación de amalgamiento real, podrían alcanzar (como en efecto lo han logrado) estados ideales de rechazo, pliegues y preferencias que se traducen en contrapeso, no sólo político, sino conductual, anímico y colectivo.
Ahí está el mismo 11-A (desmantelado por la CD) y el reciente movimiento estudiantil (amenazado por la carrera electoral), como hechos demostrativos de profunda inestabilidad e ingobernabilidad…provocadas.
Sin embargo, a esta flotación narcisista, propia del vacío emotivo que caracteriza a la época (vacío ético y moral), debe sumársele un imaginario asaltado por las pulsiones que provocan la violencia y el desorden en el cotidiano social.
Y a esto apuesta el fóbico en el poder, al desorden cotidiano como factor de dilución de los valores, de las buenas costumbres y de las tradiciones.
Es un provocar de vértigo de los nuevos tiempos: la era de la imagen ha introducido una cultura del desastre y de la violencia que nunca han estado presentes en otras épocas. Es la era de las simbologías, de la exhuberancia, del impacto de las palabras anteponiendo el fanatismo, a la razón.
Es afianzar el estado de inseguridad crónica propio de nuestras sociedades que escapa a las normas y a la lógica de las reglas, al igual que el terrorismo. Ambos se insertan lo que denominan en psicología política, la mecánica de la anomalía.
Gérard Imbert señala que “El derrumbamiento de las Torres Gemelas marca en Occidente la definitiva consagración de la catástrofe como destino fatal…” Aquélla ha pasado a ser un estado natural, un proceso normal en el escenario social.
La generalización del desorden y la normalización de la catástrofe han debido, sin dudas, trastocar ciertas huellas del carácter psíquico (individual y social). Y han traído consigo nuevos trastornos cuyos síntomas son análogos a aquellos producidos por los ataques de pánico.”
Es así como se ha pretendido colocar a nuestro sistema político. Un sistema cuya dinámica es el pánico (de parte y parte), es la sinergia del desorden, la desinstitucionalización, la consagración de la catástrofe y la fatalidad como estrategia en aras de contrarrestar los miedos propios del poder y de quienes no saben tampoco alcanzarlo.
Al final eso es lo que prevalece, es lo que importa, es lo que vale. La personalización banal del poder. La deposición de los miedos (mis miedos), de las fobias ancestrales. Mi permanencia. Mi seguridad. Mis ambiciones. Mi proyecto…y sobre todo, la infabilidad de mi integridad.
En otras palabras de lo que se trata es de disipar mis dolencias y carencias en el poder y fuera de él, hecho que se hace tan crudamente manifiesto y evidente, en ese llamado desesperado, temeroso y androfóbico, resumido en el grito desesperado de que vienen por mi!!
Y cuidado-sic- ese vienen por mi no es sólo una patología del comandante que poco le importa a fin de cuentas perder espacios políticos en términos electorales. Menos agendiza los principales males de nuestra sociedad…como tampoco la disidencia lucha realmente por ganar alcaldías o gobernaciones, lo que le importa es montarse en los espacios de contrapeso, pera que en medio del contrapoder, ganar poder de negociación para fines particulares.
Es un vienen por mi o voy por ti, febril, angustioso, paranoide, obsesivo, tasador, de todos los actores de poder, gobierno y disidencia, quienes anclados en la sinergia del desorden, de la fatalidad, de la falsa heroicidad y el caos, han apostado a la intolerancia, a la indiferencia sobre las multitudes, al escrutinio impenitente y mordaz, renunciando a la construcción de una oferta política virtuosa…para aliviar sus miedos, sus inseguridades, sus fobias y sus carencias.
Y todos hemos caído en este perverso esquema –vanidoso, viciado y paranoide- del juego fóbico de la política. De este modo, las salidas y las soluciones no están a la vista, están en una cobarde reserva.
Vienen por mi…!
Orlando Viera-Blanco
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