lunes, 3 de septiembre de 2007

Ciudad socialista: otra utopía



Una de las extravagancias más atroces del Presidente, entre muchas, es la intención de crear una ciudad socialista como única salida para dotar de felicidad a la gente y crear el equilibrio social entre todos sus ocupantes. Explicaba "magistralmente" que Caracas, por haber sido creada bajo un esquema capitalista, generó una ciudad también capitalista en la que la separación entre ricos, menos ricos, pobres, y relegados, era ostensible. En otras palabras, que el planteamiento urbano extraordinariamente eficaz dejado por los colonizadores españoles, desplegado durante 200 años, es el culpable de las diferenciaciones sociales actuales. Sin duda que esta simplificación, como con tantas otras de la revolución, revelan el grado de improvisación y desconocimiento sobre los asuntos trascendentes.

Si bien es cierto que toda la estructura urbana de la época estaba supeditada a los intereses de la Corona, también lo es que se instauró una morfología urbana bajo el esquema de cuadrículas similares a las fundaciones hispánicas del continente americano y a las nuevas ciudades mesopotámicas. La peculiaridad americana residía en la disposición de la plaza alrededor de la cual se concentraban las funciones administrativas, religiosas y comerciales. La autoridad del gobierno en materia urbana se limitaba a administrar la propiedad común: ejidos, plazas, limpieza de calles y salud pública. Los comendadores, por su parte, estaban obligados por la autoridad a propiciar la creación de espacios para pueblos aborígenes de doctrina y para concentrar en ellos a los que vivían dispersos; no como señala Chávez para exterminarlos. Este proceso se intensifica a partir de 1620.


El gobierno menosprecia adrede la importancia de la disciplina urbana. Cuando esta se rompe de modo tan brutal, como está ocurriendo ahora, en esa misma medida lo hace la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, la anarquía urbana propiciadas por los alcaldes Mayor y del Municipio Libertador, a través de la tolerancia demagógica de invasiones, ocupación anárquica de espacios públicos, pasividad ante infracciones de tránsito y división imaginaria de "áreas de seguridad", configuran un cuadro destructor tanto si la ciudad es capitalista, socialista, marxista, celestial, o cualquier otra nominación que se le ocurra "al Jefe". La pobreza, por su parte, no puede ser despachada a través de un discurso tan simple culpando al "urbanismo capitalista". La ineficacia durante nueve años de gobierno ha arrojado números aterradores. El desempleo entre los más pobres llegó al 20,6%. En 1999 esa cifra era de 9,9%. ¿Es culpa de la ciudad?

En todo caso la ciudad socialista ya ha sido experimentada en la realidad, no en la mente presidencial, con resultados pavorosos. La Habana era una ciudad con cualidades de excelencia arquitectónica al punto que los estudiantes de arquitectura de otros países la visitaban con propósitos eminentemente académicos. Lo mismo sucede con El Viejo San Juan en Puerto Rico. Sin embargo, hoy, la ciudad socialista de La Habana es una ruina absoluta mientras El Viejo San Juan, capitalista, se regodea de una majestad envidiable. Las ciudades no son culpables de los desatinos políticos de sus ductores; éstas se comportan en función de otros factores como la planificación urbana, el orden legal, dotación de servicios públicos, aplicación de las normas de convivencia, etc.

Seguramente la idea de ciudad socialista del jefe del Estado consiste en la reivindicación de los paravientos de las zonas selváticas y costeras que encontraron los españoles cuando llegaron a Venezuela. Bajo esa representación era imposible establecer un ordenamiento necesario para el desarrollo. La construcción posterior de las edificaciones formales permitió que el Estado como tal se organizara y le diera forma a las fases posteriores. Un ejemplo de ello lo constituye las edificaciones de la Guipuzcoana las cuales se convirtieron en las más modernas del país durante mucho tiempo tanto en sus aspectos arquitectónicos como administrativos. El Presidente debe rodearse de especialistas que lo aleccionen sobre los aspectos trascendentes antes de emitir una opinión tan disparatada; de lo contrario, el desorden y la anarquía continuarán sin freno su curso ascendente.

Miguel Bahachille
El Universal

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