sábado, 29 de septiembre de 2007

Aunque bajo la tierra mi amado cuerpo esté


Hay mujeres duras cual cristal de cuarzo. Suelen ser las menos. Vivir es terrible. Bajo la piel sensitiva de miles de ellas existe un reguero de venas sangrantes, es el alba sobre alba o el dolor perenne que no cesa. Narraríamos historias y no terminaríamos jamás. Hace unos días salió en Madrid, Roma y París un libro sobre un hecho que habíamos relatado con terror y espanto hace algunos años y parecía imposible que fuera cierto en el sentido real de su presencia, puesto que cuando el dolor nos traspasa la piel, el alma se queda seca, sola y ahogada.

Es una realidad macerada. En Argelia, durante los años de espanto y terror, en una escuela de adobes y laminas de cinc, delante de sus alumnas, fueron degolladas una docena de maestras por un grupo radical fundamentalista, acusándolas de enseñar a las niñas a sumar y restar, cuando, según aquellos fanáticos, solamente deberían aprender las suras del Sagrado Corán. "Todo lo demás - decían enfervorecidos - les envenena la mente y no serán por tanto buenas esposas ni abnegadas madres".

Los crueles agresores las degollaron una a una, dejando las aulas en un mar de sangre. Aquélla, aún caliente, subía por las paredes y se escondía miedosa en los aleros. Era sangre cuajada, un manto viscoso de dolor infernal.

Leer esas páginas es creer con certeza que la raza humana es rastrera y miserable. Carne de lobo para chacal.

Ahora, con la llegada del presidente iraní a Venezuela, un misógino varado en el siglo IV de nuestra era llamado Mahmud Ahmadineyad, que niega el Holocausto y piensa que el pueblo judío debe ser lanzado a las aguas del mar Mediterráneo para ser convertido en lodo, uno piensa en el Profeta de La Meca.

En el Libro Sagrado, El Corán, Mahoma en ninguna de sus páginas exige sacrificios humanos y desprecio por la mujer, pero estos talibanes de mente oscurantista han hecho sus propias interpretaciones.

Ya en los albores de la nueva era, cuando entre el hombre y la mujer no hay diferencia, y la existente con nuestros parientes los primates apenas llega al uno por ciento, desgraciadamente seguimos empeñados en considerar a la mujer un ser de valores restringidos, una especie de trasto viejo. A las maestras de Argelia, resucitadas hoy en ese libro desagarrado, les hubiera agradado repetir al eco de la tarde las palabras del poeta de Orihuela: "Aunque bajo la tierra mi amado cuerpo esté, escribidme a la tierra que yo os escribiré".

A lo mejor - imposible - Ahmadineyad pueda leer estas líneas.

Rafael del Naranco
El Mundo

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