domingo, 31 de mayo de 2009

Por qué Chávez arrugó ante el debate con Mario Vargas Llosa





Cuando Mario Vargas Llosa pronunciaba las palabras de clausura del Foro Libertad y Democracia, ante una sala repleta y fervorosa, por los blackberrys llegó la noticia: "Chávez acepta el debate con los intelectuales".

De inmediato los sedantes compases del repertorio venezolano, que interpretaba una coral femenina como colofón del evento, se diluyeron en el clima de excitación que recorrió la sala. Sólo los integrantes del panel, además de Vargas Llosa el ex canciller mexicano Jorge Castañeda y los escritores Plinio Apuleyo Mendoza y Enrique Krauze, lucían semblantes tranquilos, ignorantes aún de la causa que provocaba tanto alboroto.

Sólo fue luego del aplauso final cuando se enteraron de que mientras ellos disertaban sobre el papel de los intelectuales en la política y rendían un homenaje al pensador letón Isaiah Berlin, Chávez les ofrecía su programa de radio y el Palacio de Miraflores para debatir sobre socialismo y liberalismo.

Ahí todo cambió. Se cancelaron entrevistas, cenas, quizás alguna fiesta de despedida y los cuatro notables, junto con los directivos de Cedice, se reunieron a puertas cerradas para considerar la increíble oferta, el bocado de cardenal que Chávez les servía en bandeja de plata, luego de haber convertido un encuentro de intelectuales y empresarios en controvertido acto de masas que atrajo la atención, literalmente, de medio mundo.

Se entendía que el Presidente había recogido el guante luego de que Vargas Llosa, Krauze y Castañeda respondieran a su propuesta inicial advirtiendo que sólo debatirían con él.

El problema estribaba ahora no sólo en las condiciones (quién modera, cómo se desarrolla, cuánto dura, nada de barras) sino en la modalidad. De entrada, por razones obvias, no podía ser de uno contra tres, así que se decidió, por una buena cantidad de razones, que fuera el escritor peruano quien asumiera el reto de enfrentar a Chávez.

Orador dotado de todo tipo de recursos en el uso de la palabra y con un discurso elaborado en cuarenta años de militancia liberal, en Perú aún recuerdan el repaso humillante con el que Vargas Llosa sacudió a Alberto Fujimori en el debate que protagonizaron el 3 de junio de 1990 en su condición de candidatos a la presidencia.

Provisto de una verborrea torrencial, de cierto ingenio para el agravio y el lenguaje insultante, Chávez resultaba un contrincante mejor equipado que Fujimori a la hora de contrastar ideas. Pero resultaban evidentes su vulnerabilidad, sus contradicciones y sus limitaciones, no sólo retóricas sino teóricas, frente al desarrollo lógico y preciso de unas ideas que Vargas Llosa maneja al dedillo.

Pero no se trataba sólo de contrastar dos modelos teóricos, (al fin y al cabo el mejor expositor puede convencer al público sobre las presuntas bondades de la peor de las dos opciones) sino de discutir sobre realidades, y Chávez seguramente se habría quedado sin argumentos en la defensa de un gobierno que no resiste el más básico de los análisis en ninguna de las materias factibles de debatir.

Sin embargo, Chávez no carece de argumentos y dispone de su consabido arsenal contra las injusticias del capitalismo, las miserias del populismo y el papel que juegan "cipayos de la ultraderecha" como Vargas Llosa. Dispone, también de razones para exhibir las presuntas bondades de su política social y un estilo coloquial que suele llegar con pegada al público. Así que, en teoría, quizás habría podido combatir con cierta dignidad y salir más o menos airoso del trance. Pero no lo hizo y después de matar el tigre lo asustó el cuero, lo cual no resulta una novedad en él.

Posiblemente no esperaba una respuesta como la que, de inmediato, le dieron los escritores, quizás pensó que no querían perder sus vuelos de regreso y rechazarían su invitación ("Cómo dicen que es conmigo acepto. Vénganse, serán respetados"). Poco después y en la misma emisión de su maratónico se salió de la suerte con un recurso típico en él, atribuyendo al otro la acción en la que él incurrió ("Es lamentable, no quieren discutir...") o subiéndose de lote ("Sólo discuto con presidentes"). Pero las excusas no diluyeron la impresión que transmitió al mundo, recogida por casi todos los periódicos del continente y Europa: "Chávez rehúye el debate con Vargas Llosa", "Chávez rechaza debatir", Chávez sí y no, sí y no".

No obstante, la causa de fondo que lo llevó a hacer mutis responde a una de las características del autócrata, acostumbrado a ordenar y a ser obedecido, a hablar y no escuchar y a sentenciar sin derecho a réplica. Embebido en esta práctica, hace ya muchos años Chávez evita las entrevistas con periodistas críticos (la excepción fue Patricia Janiot) y sólo accede a conversar con adulones como Ignacio Ramonet o los bien adiestrados chicos de Prensa Latina.

Empeñado en la repetición de los lugares comunes de siempre sin que nadie lo contradiga, sus facultades críticas y su capacidad deductiva se han ido atrofiando. A estas alturas ya perdió la posibilidad de razonar sobre la marcha, de refutar un argumento sin perder la compostura ni la ilación del discurso y eso, en un intercambio dinámico de ideas como los debates, puede resultar fatal.

De allí deriva también el error de haber magnificado un evento de alcance limitado, tal y como lo reconoció Plinio Apuleyo Mendoza en su intervención de clausura, al reclamar la necesidad de que las ideas liberales salgan de foros y salones para extenderse a universidades.

La orden de hostigar a los invitados y de amenazarlos con la expulsión del país si opinaban sobre política doméstica, provocó la curiosidad de los medios (se acreditaron más de 200 periodistas) y la participación de ciudadanos comunes y silvestres que dieron cuenta de una necesidad que se hizo evidente en la avidez y constancia con que fueron seguidas las deliberaciones sobre temas como la libertad, la tolerancia, la propiedad y el combate a la pobreza. Los liberales del continente regresan a sus países asombrados por su capacidad de convocatoria y el entusiasmo con que fueron recibidos sus planteamientos de una sociedad abierta ante la fatalidad chavista. Y eso deben agradecérselo al mismo Chávez.

Roberto Giusti
EL UNIVERSAL






Se acabó la "hora loca"


La gente no estaba premiando su acción radical, sino que era popular a pesar de ella

Nunca entendí la sorpresa que generó en algunos analistas la recuperación de la popularidad de Chávez, luego de su pasado triunfo electoral. El impacto poselectoral en la popularidad de un líder es obvio: si pierde, baja y si gana, sube, así de simple. Para entonces, también dijimos que ese incremento era inestable y, como dice el refrán: todo lo que sube& tiene que bajar. Fue más interesante la pregunta de mi esposa: si Chávez se radicalizó y aumentó su popularidad, ¿quiere decir que logró validar su propuesta ideológica intervencionista y controladora, luego de 10 años de intentos fallidos? La respuesta es NO, aunque la pregunta era lógica, ya que se prestaba a confusión el hecho de que ambos eventos ocurrieran paralelamente.

No se trataba de que la popularidad de Chávez aumentara resultado de su radicalización y mucho menos de que a la población le gustara lo que estaba haciendo. Chávez se radicalizó porque su éxito electoral le otorgó un "bonus pack" que estaba usando para validar esas acciones. Adicionalmente, ahora está más dispuesto a bloquear la comunicación masiva de su adversario, con lo que pretende impedir que la gente se percate de lo que esta haciendo o no lo relacione con aquello que rechaza.

La demostración de esta tesis la encontramos en las mismas encuestas que reportaban su aumento de popularidad. En ellas, la gente rechazaba (y sigue rechazando) todos los actos radicales que Chávez comete: expropiaciones (más de 75% en contra), bloqueo al trabajo de gobernadores y alcaldes (más de 70% en contra), violaciones a la propiedad privada (más de 78% en contra), intentos de control propietario de algunas empresas de alimentos (sólo 10% de la población a favor), tomar ejemplos del modelo cubano (83% en contra), pero la mayoría no identificaba esas acciones en la estrategia de Chávez. En fin, es evidente que la gente no estaba premiando su acción radical, sino que era popular a pesar de ella. La conexión parecía sostenida en su triunfo electoral y en el desbalance entre la capacidad de comunicación del gobierno y la de oposición. ¡Vamos a ser coherentes!, durante años se ha explicado, con lujo de detalles, que cerrar canales, atemorizar medios, amedrentar anunciantes, abusar de las cadenas, etc., son actos contrarios a la democracia, que manipulan a las masas y limitan la posibilidad de que la oposición llegue con un mensaje alternativo. Pues bien, todo eso pasó en Venezuela. La oposición lo ha denunciado, atacado y combatido sin éxito. Entonces, ¿esperabas que no pasara nada?

Demostramos en marzo que la mayoría de la gente no asumía lo que estaba pasando y no se enteraba porque no ven los poquísimos canales que aún lo enfrentan abiertamente, ni leen los periódicos que denuncian, pero sí oyen y ven a Chávez en cadena nacional, prácticamente todos los días, manipulando historias e inventando épicas que intentan justificar o maquillar sus acciones y eso, por supuesto, tiene impactos concretos a su favor& aunque de patas cortas. Los números de mayo comienzan a mostrar el final de la fiesta. Después de meses de creciente popularidad, comienza a descender. Seis puntos de caída desde su pico es significativo y, aunque sigue siendo mayoritariamente popular, la desconfianza en las medidas que adopta supera su índice de aprobación personal, situación nada atractiva para él.

¿Esto significa que Chávez se j...? No necesariamente, pero sí nos indica dos cosas: 1. Si continúa actuando como si la mayoría aceptara su modelo radical, la probabilidad de que se le voltee la tortilla se eleva y podría ser peligroso para él, y 2. Tratará de encubrir el deterioro que se avecina, mediante acciones contundentes contra la libertad de expresión, aunque seguir manipulando a la población se hará cada vez más difícil porque la "hora loca" ya pasó.


Luis Vicente León
El Universal

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