El Tcnel. Chavez hizo su primera aparición pública en la política nacional mediante una cruenta escaramuza golpista que dejó decenas de muertos, heridos y honda conmoción en la sociedad venezolana. Que emplee frecuentemente el vocablo de golpista para acusar a cualquier adversario político que exprese una opinión distinta a sus puntos de vista es algo que con seguridad quedará registrado en los anales del cinismo político. A medida que han pasado los años, nos hemos ido enterando por sus propios relatos y anécdota de que buena parte de su tiempo en el seno de las Fuerzas Armadas transcurrió en acciones conspirativas y en cuestionamientos y desafíos permanentes a la institucionalidad. Cuánto de lo que ha narrado es verdad es difícil saberlo, dado su ostentoso talante narcisista y fantasioso, en razón de su falsa retórica populista y demagógica, de su obsceno y arbitrario uso del pensamiento del Libertador. Sin embargo, es indudable que el Tcnel. Chavez se ha manejado siempre en “el filo de la navaja” y con astucia y habilidad para ocultar su siniestro proyecto de control absoluto del poder.
Fracasado el golpe de febrero de 1992, como su réplica del 27 de noviembre, trocó el uniforme militar por los
hábitos de la Caperucita roja y gana las elecciones de diciembre de 1998. A partir de ese momento y desde la alta magistratura presidencial, el teniente coronel Chávez, con el respaldo y complicidad de no pocos, pero sobre todo con la apatía, el conformismo, el imperio de la antipolítica, el oportunismo y, particularmente, la fragilidad e inconsistencia de las convicciones democráticas de muchos venezolanos, ha puesto en marcha un sostenido proceso de concentración de poder y de dominio autoritario que nos conduce directamente a la tiranía. Y en ese trance nos encontramos hoy con el intento de Chávez de dar un segundo golpe de Estado: imponernos otra Constitución y que una Asamblea Nacional postrada a sus designios acaba de aprobar en el debate (sic) de la primera discusión (sic) parlamentaria que avala lo que no puede calificarse de otra manera sino, repito, de golpe de Estado.
Este nuevo golpe de Chávez, no menos cruento que su escaramuza criminal de 1992, comporta igualmente efectos deletéreos para la institucionalidad democrática. Intenta el teniente coronel Chávez, y su obediente y disciplinada Asamblea, mediante argucias legalistas, formales y constitucionales imponernos lo que la sociedad rechazó durante su primer golpe: su dominio absoluto, indefinido, y continuo del poder. Apela, además, al perverso y manipulado uso del pensamiento de Simón Bolívar. ¿Cómo puede calificarse de "Socialismo Bolivariano" un modelo político de concentración de poder, cuando el propio Bolívar en su célebre Discurso de Angostura insiste sobre la inconveniencia de que un gobernante se mantenga en forma continua en el poder. "La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía", expresó el Libertador. Y, Chávez, que siempre apela a Bolívar, suele solapar esta contundente advertencia.
Los venezolanos de convicción democrática, incluidos los sectores de vocación democrática dentro del chavismo, tenemos una enorme responsabilidad para frenar este nuevo golpe de Estado de Chávez. La Fuerza Armada, institucional y esencialmente democrática, y comprometida con la Constitución, que lo sometió en 1992, debe ser fiel a los principios fundamentales de la Constitución vigente, votada por el pueblo en un proceso constituyente que consagra en su preámbulo el establecimiento de "una sociedad democrática, participativa y protagónica...
en un Estado de justicia, federal y descentralizado que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz... la integridad territorial..." Esta Constitución de Chávez, que se nos pretende imponer con el nefasto método Chaz: "seis horas de trabajo para ti, elección indefinida para mí", constituye una heterodoxa modalidad de golpe de Estado.Oscar Lucien
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